Castillo, 31 es la dirección que
permanecerá en mis recuerdos para siempre. Allí vivimos toda nuestra infancia y
fue allí donde permanecieron mis padres
hasta el final de sus vidas. Todavía recuerdo el olor, cada mañana, del pan
recién hecho, el silbido de la cafetera y la radio que escuchaba mi padre,
siempre a la misma hora y en la misma frecuencia. Invariablemente, yo esperaba
que mi madre entrara a mi habitación, abriera las ventanas y, con el dulce beso
de cada día, consiguiera el impulso que necesitaba para ponerme en marcha.
Recuerdo como bajaba por aquellas acaracoladas escaleras y nos juntábamos todos
los niños del edificio en la parada del autobús que nos llevaba de camino al
cole. ¡Qué tiempos aquellos!.
Hoy me encuentro de nuevo, frente a la
entrada del portón, al otro lado de la calle, en mi propio gabinete de abogados
trabajando..., ¿casualidad?, me he preguntado alguna vez. Tal vez..., aunque soy de las que no cree en
las casualidades, más bien soy de las personas que sienten que las cosas se dan
por motivos concretos, como este. A pesar del tiempo, sigo sintiendo ese
impulso de energía que me regalaba cada mañana mi querida madre y que, hoy por
hoy, me sigue ayudando a sentirme siempre como en casa.
Me encanta este relato, por el tono evocador, por lo que cuenta y por lo que, como lector, uno adivina que subyace escondido entre líneas, porque se dibujan de forma sencilla pero efectiva las sensaciones, de modo que es fácil imaginar los olores y los sonidos con los que se despertaba la familia de la calle Castillo, 31. A mi parecer, de lo mejor que has escrito. Bravo!!!
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