Desde la ventana de la derruida casona, se divisaban los
invernaderos donde varias generaciones han cultivado miles de rosales para,
finalmente, destrozar su hermosa flor…
Al morir mi padre, heredé todo. Siempre estuve fuera del negocio, metida de
lleno en proyectos en defensa de la naturaleza. Así que, una vez allí, decidí
cambiar el rumbo de la empresa porque creí que no se debía privar a nadie de la
contemplación de tal perfecta flor.
Creía que también podía ser viable otro enfoque; hacer con ellas algo
distinto… Ahora reconozco que debí
separar ilusión de interés comercial.
Todo lo que mis ancestros habían logrado en el pasado, yo lo destruí en
menos de dos años, llevando a la ruina total a nuestros invernaderos.
Lo que ahora se vislumbra por la misma ventana es un
paisaje desolador. Ya no hay rosas, ni
pétalos, ni hombres y mujeres entrando a trabajar en los invernaderos. Tampoco se olerá más nuestro perfume Pétalos. Hoy me pregunto ¿qué diferencia hay entre
usar una flor plantada en un jarrón o aprisionar su perfume en una botellita
sofisticada? ¿No es más valioso, mantener vivos los sueños de mucha gente
olvidando los nuestros?
ResponderEliminarAbierto está el debate con las preguntas planteadas como cierre de tu relato. Que el lector se las conteste a sí mismo o a través de los comentarios en este blog sería interesante. Mira lo que han dado de sí tres imágenes y un título. Buen trabajo