Se reunían
en secreto, a través de mensajes encriptados, siempre en plenilunio. A hurtadillas, desaparecían por el foro sin
ser advertidos; cómplices de las sombras, del silencio.
Provenían
de diferentes latitudes de la Tierra, para formar un grupo heterodoxo; una delirante pasión por la música y la
literatura los mantenía unido. Veneraban
a Selene, Diosa de la Luna, que los protegía.
En noches
como éstas, invocaban a las musas, consagrándose a sus maestros: Beethoven, Bach, Tchaikovski, Chopin,
Stravinski… Interpretaban con maestría y
devoción sus piezas más sublimes y, extasiados oradores, recitaban a sus
escritores y poetas preferidos: Shakespeare, William Blake, Stendhal,
Baudelaire, Goethe… Vivían solo para morir en cada nota y en cada verso trovado.
Por todo
ello eran perseguidos, condenados y tachados de subversivos por la autoridad censora. Esta clandestinidad conllevaba una existencia
nómada y atormentada; se sentían incomprendidos. Solo el amor y la plenitud de su espíritu
apasionado les compensaban cuando interpretaban las melodías que brotaban desde
cada rincón del alma. En esos instantes
mágicos, su corazón tocaba el cielo con las manos.
Un club cuyo objetivo es acercarse a la belleza para tocarla, a través de la música, de la poesía, de las palabras... Un club de seres maravillados; extraños en este mundo tan prosaico en el que vivimos: nuestro club secreto, Roberto y amig@s de cada jueves a las siete.
ResponderEliminarMe gusta tu gran imaginación, eres un mago escribiendo. Lilia.
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