Qué
fastidio, es siempre lo mismo, los disfraces, las comparsas, los concursos
¡Odio el Carnaval! Me voy con mis amigos a jugar al póker, llegaré tarde, y
salió dando un portazo.
Lidia
no alcanzó na contestar pero sus ojos se llenaron de lágrimas, se acercó
indecisa hasta el armario, sacó un paquete y desenvolvió su disfraz, se lo puso
y al mirarse al espejo casi sorprendida, contempló su imagen reflejada y se
encontró guapa, atractiva, deseable. Debo salir, pensó y olvidarme de este
estado de enamoramiento exagerado que pide exclusividad, de esta dependencia
exclusiva, esta pasión incontrolada que choca con la indiferencia, el
aburrimiento y posiblemente la decepción que siempre veo plasmada en la cara de
mi marido.
Al
llegar a la fiesta y provista de un sugestivo antifaz vio en la esquina del bar
a un hombre conocido: era su marido, el corazón le empezó a latir con tanta
fuerza que debió apoyarse en la pared, el cuerpo le temblaba, pero reponiéndose
sacó el coraje suficiente y se atrevió a acercarse y preguntarle con un
susurro: Hola, estás solo?. No, si estoy contigo, hermosa mascarita le contestó
Marcos.
Esa
noche fue magnífica, dulces palabras, tiernas caricias ella se dejó llevar por
sus sentimientos más recónditos y tanto tiempo reprimidos.
De
madrugada, Lidia decidió retirarse y como pudo desapareció sin siquiera
despedirse.
A
la mañana siguiente, entró su marido a la cocina y al verla con su eterno
delantal y sus zapatillas deshilachadas le espetó: sabes, lucías mejor anoche y
con cierto desdén en la voz remató.: Te daré un dato, tu careta no te cubre lo
suficiente y…¿Cómo quieres que te lo diga? Cambia ese perfume de una vez!!.
Nos has traído un clásico: el engañador (en este caso engañadora) engañado. Esta vez el engaño sirvió para vencer al hastío. Muy bien llevado el relato, como es habitual en ti. Excelente trabajo
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