Las
sombras de la casa vacía se habían despertado, la luz incipiente del amanecer
trataba de introducirse por todas las rendijas.
¡¡Socorro!!,
grité una vez más, ¡estoy aquí, en el sótano!. Pero, ¿quién se imaginaría mi
presencia allí?. Quizás tampoco le importaba a nadie.
¿En
qué mala hora decidí ir a inspeccionar la antigua y abandonada casa de mi tía
abuela Gertrudis?, es que la curiosidad es mala consejera; quería recordar
épocas remotas, visualizar otra vez aquellos muebles, cuadros, tapices y en un
descuido…¡zas!, caí por el hueco que da al bendito sótano. A ninguna persona, pensé, se le ocurriría ir a
buscarme allí. Ya eran tres días de hambre, frío y desesperación y no tenía
ninguna esperanza, pues ni yo misma estaba segura de cómo había caído en aquel
apartado lugar. Vaya, posiblemente sería la fiebre que me hacía delirar pero me
pareció oír unos pasos arriba y luego ver a alguien asomándose por el hueco de
la escalera.
Reuniendo
todas mis fuerzas alcancé a decir: ¡¡Estoy aquí sáquenme por favor!!. Unas
manos me lanzaron una soga y como pude subí a través de ella. Al llegar por fin,
abrí de par en par mis ojos para encontrarme con el odioso cobrador de los
giros de mi coche, que como siempre me estaba buscando y al pasar frente a la
casa se dio cuenta que yo había estacionado allí mi vehículo.
A
pesar de la rabieta que le tengo pues entre otras cosas ese coche ha salido
bastante defectuoso, le apliqué unos sonoros besos en las mejillas.
Has resuelto con humor el enigma de las sombras. No hay mal que por bien no venga; finalmente de algo negativo, tu protagonista pudo sacar algo positivo. Buena lección.
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