La
verdad nunca saldrá a la luz, a no ser que me lo pida ella misma.
Sabes
bien que es un asunto muy delicado. La discusión no forma parte de mi
filosofía, al igual que el sentido de la lealtad.
Tanto
tú como ella me conocen, saben que mis labios permanecerán sellados y vuestro
secreto está a buen recaudo. Así que déjame decirte querida amiga lo mucho que
lamento, no estar cerca de vosotras en estos momentos. Siempre vamos dándole
trocitos al tiempo, hasta que un día, de pronto te das cuenta de que el mundo
gira y tú no vas con él.
Es
como si lo vieras desde otra
perspectiva, como si todo te resultara ajeno y fueras consciente por primera
vez de tu ser. Entiendo vuestro miedo…, vuestra desesperación por no saber qué
pasará a partir de ahora.
La
vida nos enseña que debemos parar…para poder observar la realidad. No somos de
acero, ni invencibles, ni perfectos. Debemos amarnos, cuidarnos y respetarnos
para poder ser seres libres y conscientes de nuestra realidad. Nacemos un día,
sin saber para qué, ni por qué. Vivimos aprendiendo constantemente de cada paso
que el camino nos da y morimos dejando atrás la huella de nuestra vida al
caminar.
Así
que las animo a aceptarlo por muy dura que parezca vuestra realidad. De alguna
manera la vida nos enseña lo minúsculos que somos ante tanta grandiosidad. Algo
debemos aprender ante tal hazaña. Es un simple reflejo de las heridas de las
vida en nuestro ser. Seguramente para que tomemos conciencia de nosotros mismos
y respetemos lo que la vida nos regala cada instante.
Por
siempre juntas…aún en la distancia, vuestra amiga Sandra.
El título es fiel reflejo del contenido del escrito que, lleno de pensamientos hermosos que invitan a la reflexión, no desvelan sin embargo esa verdad invocada en la primera línea. El lector queda con ganas de llegar al meollo del asunto. ¿Nos lo contarás, Sandra?
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