Hace
muchos años que mis hermanas y yo, acostumbramos a caminar los domingos por las
tardes. Bien para el monte, o para la montaña de Güimar, o cualquier otro
lugar, el caso es que fin salimos de
paseo los domingos, si no tenemos otros compromisos.
El
domingo pasado, me llamó mi hermana para decirme que teníamos
que salir temprano. Yo la esperé en el sitio donde siempre me recoge. Al
llegar, yo le pregunté que dónde íbamos…, ya verás te va a gustar, fue todo lo
que respondió. Ella venía con su hija Ana y el hijo adoptivo y su perrito.
Yo
nunca había estado en aquel lugar. Cuando llegamos, sacaron sus linternas y
entramos, según íbamos adentrándonos, el silencio era absoluto y todo estaba oscuro.
Yo pensé, aquí nos matan y nadie da con nosotros. Caminamos a través de unas habitaciones sin puertas ni ventanas. Nos encontramos con
escaleras que subir y bajar. Yo iba con el
corazón que se me salía, mientras que mi sobrina se puso a sacar fotos, tan
tranquila. El perro comenzó a ladrar de
pronto y eso me dejó muerta de miedo, pues por algo lo haría…
Al fin salimos. Ya afuera mi sobrina comprobó que le habían salido mal las fotos y quiso que la
acompañara para volver a intentarlo…
¿Yo? ¡Ni loca!. Pues volvieron a entrar y el hijo de mi hermana con ellas.
Fue
un domingo para no olvidar. Verdad es que hay sitios que uno no conoce y debe
visitar al menos una vez, pero como yo
soy tan miedosa…
Yo les animo a que vayan a conocer ese extraño lugar y las vistas tan bonitas que
tiene, pero les digo una cosa, si quieren saber dónde hay sitios para pasar
miedo, pregúntenle a Esther, porque yo no pienso volver.
Pues hay que sacar de paseo a la aventurera que todas llevamos dentro, Maruca. Fíjate que no sólo vives experiencias extraordinarias en buena compañía, sino que, además consigues material sustancioso para escribir relatos como este
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