Han pasado años y, a pesar de ello, aún se siguen
amontonando en mi cabeza las conversaciones que yo mantenía con ella.
-¡Levántate, dúchate y sal a la calle!
-No, no quiero
-¡Tienes que enfrentarte a la vida, no estás muerta,
despierta ya!
-Déjame en paz, la vida que quería vivir me ha
abandonado. No quiero otra.
-¡No seas cobarde, no permitas que la pena acabe
contigo. Tienes que continuar!
-¡Quiero que te vayas, déjame tranquila!.
-¡No! No me iré hasta que reacciones
-¡Vete o te mataré!
-No te atreverás.
Cogí lo primero que tenía a mano, una figura de un
caballo de Lledró y se la lancé. Al fin
se había callado, aunque yo sabía que al día siguiente volvería.
Recogí los trozos del espejo roto. Estaba harta de mi otro yo.
Muy buen relato éste, que aborda de una manera original, el clásico tema en literatura del otro yo. Genial, Ana.
ResponderEliminar