Este ha sido un
mes difícil para mí. Por razones de
salud, he sufrí un traslado de servicio y centro de trabajo, pero no quise que
fuera traumático sino natural. Quise
pensar que era para bien y empecé con ilusión y con ganas de aprender cosas
nuevas . Al principio, comprobé que así
era y me alegró ver como me pusieron una compañera que iba a enseñarme. Estaba muy contenta y ella y su ayuda me
resultaron estupendas. Es verdad que la nueva colega tenía una forma de ser
especial, pero no me importó pues confiaba en que eso no afectaría para nada
nuestra relación laboral.
Los dos primeros días, marchó todo bien, e incluso me
tomé a broma esa forma de ser tan particular y hasta llegué a decir, ¡caramba,
que buena compañera!.
A partir del tercer día, todo cambió. Su actitud se volvió brusca, grosera, hasta
niveles desagradables. Yo me preguntaba
qué le pasaba a aquella mujer, si se habría vuelto loca o era así de mala
persona y pésima compañera.
Decidí llamar a la supervisora para hablar del tema junto
con mi compañera porque no aguantaba ni un minuto más aquellas malas
formas. Le pedí a la supervisora que prefería
que me dejaran sola que ya procuraría yo, como pudiera, sacar el trabajo
adelante.
Así se hizo, de hecho, y ahora, después de aquel
desengaño, me encuentro contenta y satisfecha en mi trabajo.
Una mala experiencia, con desengaño incluido, de la que has salido airosa, felizmente. Haber afrontado el problema para arrancarlo de raíz fue, sin duda, la mejor decisión, Mercedes.
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