En el patio del colegio, sentada en un banco, Lucrecia
pensaba dando vueltas a sus pensamientos.
Sus padres siempre le estaban diciendo que cuando terminara sus estudios, la carrera que debía estudiar era Derecho, para trabajar con él en su
despacho. Y Lucrecia, que siempre estuvo
internada en un gran y prestigioso colegio para señoritas, callaba y no le
contradecía aunque pensaba que se estaba equivocando.
Ella era muy buena estudiante y muy inteligente así que,
llegado el momento, se decidió por la carrera de Químicas y sus padres ni se
enteraron.
Pasó el tiempo y, al llegar a casa con el título en la
mano, el padre se llevó una gran desilusión; no era lo que esperaba. Lucrecia, que tenía carácter, trato de
convencerlo de que eso era lo que ella había elegido porque su ilusión era
trabajar en los viñedos que la familia tenía abandonados.
Con gran tesón se puso a trabajar, buscó obreros que
entendieran sobre viñas y sus cultivos y transcurrido el tiempo necesario, las
cepas cobraron vida y empezaron a salir los primeros racimos de color verde
que, poco a poco, fueron madurando ayudados por los rayos del sol.
Fue así como el padre de Lucrecia pensó que no se debían
anular las ilusiones de los hijos, solo aconsejarles y dejar que ellos sean los
que elijan como vivir su vida.
El cumplimiento de la ilusión de unos, parece convertirse a veces en la desilusión de otros. La moraleja de tu relato, nos ayuda a buscar una posible solución para ese dilema
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