Luis estaba de pie, cerca de la ventana y de espaldas a
Luisa. Tenía lágrimas en los ojos porque
no quería ser cruel con ella, aunque no le quedaba más remedio.
Luisa se quejaba de sentirse mareada, como si se fuera
a caer. Él sabía que ella estaba débil a
causa de su larga enfermedad y le recordó que debía comer bien y descansar.
Luis había ido a despedirse, en un acto de coraje, ya
que la policía lo estaba persiguiendo por su último atraco a un banco. Un amigo le había traicionado y ya casi
estaban tras la puerta.
Luisa le suplicaba que no la dejara sola todavía,
diciéndole que no podría salir de aquello sola.
Luis insistía en que debía irse, porque si no lo hacía, vendrían a
buscarle y se lo llevarían a la cárcel.
Ella no quería entenderlo y persistía en la idea de que
sería su escudo, que no permitiría que se lo llevaran, que lo protegería, que
no le importaba morir por él.
Luis no quiere hacerle daño, no desea que sufra más de
lo que ha sufrido, pero sabe que si hace lo que le pide, morirán los dos.
Luisa no quiere entender cuál será el final de esta
historia.
Todos parecemos entender el final de esta historia, lector y protagonista, todos menos Luisa que coloca a Luis en una terrible encrucijada: la cárcel o la muerte. Tus progresos en la ficción son notables, Esther. Buen trabajo,
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