Penélope
tenía un sueño que se iba cumplir: viajar al mundo vecino de La Tierra, a
Felicidadniápolis. Eran tantas las cosas
asombrosas que le habían contado que ahora, por fin, iba a ser testigo de ello.
No daba crédito a lo que iba descubriendo: había
palabras que no existían en su diccionario, palabras como guerra, hambre,
despotismo, corrupción, delito, egoísmo, avaricia…; y en cambio, vocablos que
la La Tierra habían desaparecido y que allí eran indispensables para
sobrevivir, como si del oxígeno se tratara.
Estos eran: el sentido común, acompañado de la honestidad, la humildad,
la lealtad, el compromiso, la amistad…
Hacía tanto tiempo que no las oía que Penélope había olvidado su
significado.
Todas estas
palabras eran declamadas bajo un cielo nítido y puro, desde el que se avistaba
una gran llanura llena de amapolas y girasoles de todos los colores del arcoíris. Con suaves movimientos, giraban de un lado
para otro, como si bailaran al son de una melodía que Penélope no sabía de
dónde venía. Esa tarde, en esa llanura,
no veía a nadie, sólo una banda de mariposas que revoloteaban alrededor de las
flores. Fue cuando se dio cuenta de que
en aquel mundo de paz y sosiego hasta las mariposas podían cantar.
Un mundo onírico maravilloso. Muy lindo
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