Llevaba
mucho tiempo esperándola. De ella
dependía toda su vida y la de su familia.
Cuando llegaba el cartero al pueblo, ella salía corriendo para ver si al
fin había llegado la carta y su desencantó era mayor cada vez que regresaba a
casa sin ella. ¿No se habrá olvidado de
mi?, me lo prometió y no quiero creer que me mentía. El día que llegaba a la isla el correíllo,
sabía que el cartero vendría al pueblo y no veía la hora de su llegada, llena de
esperanza esperaba la carta y por eso la desilusión era enorme cuando descubría
que tampoco aquella vez había llegado.
Pasados unos
cuantos meses de espera, al fin, llegó la carta. Lloró de alegría, cantó, rió, no cabía en sí
de alegría. Finalmente empezaría a
encaminar su vida porque la promesa que un día le hicieron estaba a punto de
cumplirse. Dejaría atrás parte de su
vida para empezar otra muy lejos de allí, confiaba en que fuera aún mejor de la
que había vivido hasta ahora. La carta
que tenía en sus manos era la carta de llamada que le enviaba su esposo. Era el requisito indispensable para reunirse
con él en aquel próspero país donde él la esperaba. Pronto estarían juntos y la espera habría
terminado.
Historia que en un época vivieron muchas mujeres, como la protagonista de tu relato y que, dado el rumbo que han tomado las cosas, puede que volvamos a vivir pronto.
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