En una ocasión me vi
obligada a elegir para decidir quién de las dos personas que tenía delante,
ocuparía el puesto vacante de profesor de química. Me costó hacerlo, porque uno
de ellos era una mujer joven, muy pequeñita, con unas minúsculas gafas y unas
pintas algo descuidadas -¡como para infundir respeto ante los alumnos!-, pero
con un buen curriculum, mientras que el otro se trataba de un hombre bien
trajeado, también joven, con una buena labia, al contrario de su contrincante,
más bien parca en palabras, preparado igualmente.
Decidí quedarme con
los dos y repartirles los alumnos. En tres meses tenían que demostrar sus dotes
para el puesto.
La impronta de los
alumnos fue totalmente distinta. Con la una mostraron risas y menosprecio y con
el otro total respeto.
Al cabo de los tres
meses y como pensé desde el primer momento, me quedé con la joven de aspecto
desaliñado. Toda una eminencia.
Está simpático. El lector espera la fidelidad al estereotipo para sorprenderse, al final, con una decisión totalmente desprejuiciada
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