Mi
hijo el mayor y su mujer (mi nuera), me invitaron a cenar un sábado, porque el
resto de la semana trabajan. Una comida de las que solemos llamar “rápidas”: una sopita de sobre y unas
croquetas congeladas, de las que hay que averiguar su sabor, y de postre, natillas
envasadas. Salí de allí echándole flores a mi nuera y complaciendo a mi pobre
hijo.
En
otra ocasión, mi hija, celebrando un ascenso laboral de su pareja, invitó tanto
a su familia política como a la suya. Manises y aceitunas, sopita de sobre,
adornada con huevito duro y frititos de pan, Nuggets envasados pero de la mejor
marca y unos flanes buenísimos de un envase muy chic. Éste fue a grandes rasgos su menú,
todo comida semi-preparada. La disculpo porque ella trabaja y como su marido no
la ayudó, no pudo hacer otra cosa.
Este relato presenta el estereotipo con que se ha estigmatizado a las suegras, sin aspavientos, con sutileza, lo cual me parece acertado. Con el título Equilibrio, se agudiza mucho más el desequilibrio en las posturas de la madre madre y la madre suegra, y le añade un toque irónico que aporta chispa. Muy bien.
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