–¡Sinvergüenza, atrevido! –oí gritar bajo mi ventana.
Al asomarme, vi una pareja que discutía acaloradamente. Luego, caminaron calle abajo y pronto dejé de
escucharlos.
Me quedé en la ventana, contemplando el paisaje; los árboles
y los jardines de la placita que tenía frente a mi casa, donde todas las tardes
me sentaba a charlar un rato con mis amigas.
De pronto, me fijé en una pareja que estaba en plena discusión. No oía sus palabras, pero sus gestos les
delataba, pues se manoteaban, se tiraban de la ropa, incluso se intentaron
patear. Me preocupé, así que estuve
observándolos por un rato. Transcurridos
unos minutos parecía que empezaban a arreglar sus diferencias, poco a poco se
fueron calmando, por lo que concluí que aquella vez el agua no llegaría al
río. Los que antes peleaban, ahora se
hacían arrumacos, se besaban, se abrazaban, tal parecía que no había pasado
nada. Así es el amor, sentencié. Observé como los dos caminaron juntos un
rato, uno al lado del otro, y luego levantaron vuelo hacia un árbol cercano,
acurrucándose los dos en su nido.
¡Qué bueno! Nos supiste engañar hábilmente para sorprendernos con un final inesperado, de esos que nunca dejan indiferente al lector
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