Las puertas del avión
que se dirigía a Tenerife acababan de cerrarse y este airoso joven pelirrojo y
pecoso, de ancha sonrisa, por fin había acabado de acomodar su tabla de surf.
Al mirar al asiento de al lado pensó: Vaya un bellezón que me ha tocado como compañera de viaje.
En efecto, era una
hermosa chica de larga cabellera castaña, ojos aguamarina y piel aterciopelada.
La jovialidad del
muchacho se convirtió en cortejo, inmediatamente se presentó en inglés, hola
preciosa soy Eduard, ella contestó en el mismo idioma: yo soy Eva.
El simpático
adolescente explicó que venía a Canarias a estudiar Oceanografía y estaba feliz
pues pretendía conocer todas las islas y, entornando los ojos, preguntó: ¿tú
vives allí Eva?. Así es, contestó ella. Pues que bien, saldremos juntos, me
gustas mucho, nos lo pasaremos bomba. Me encanta bailar y dicen que las mujeres
guapas tienen mucho ritmo. Dame la dirección de tu e-mail y tendrás noticias
mías.
La agraciada joven le
dirigió una mirada entre divertida y severa, y contestó: No te preocupes,
Eduard, este mismo lunes nos veremos en la Facultad de Oceanografía, acabo de
tomar un Master y seré la supervisora de Estudiantes Extranjeros.
¡Qué simpático! Me encanta la conexión del título con la historia porque le da empaque: efectivamente al muchacho se le fue el mar entre los dedos.
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