Viajaba en el tren
Barcelona-París. Allí iba con
frecuencia por cuestiones de trabajo.
Estaba yo revisando mi ordenador, corrigiendo mis notas, cuando se sentó
a mi lado un hombre muy elegante, delgado, alto, con modales muy correctos; se
presentó como Doctor Luis Montes. Y yo,
Andrea, le contesté.
Continuamos hablando. Me contó que era siquiatra y que iba a
dar una conferencia en una universidad muy prestigiosa de París. Yo soy gerente de una multinacional y hago
este trayecto dos veces al mes, le comenté.
Seguimos la conversación y algo después me ofreció algo de tomar. Un vino puede ser, le contesté. Él pidió dos cubatas. Pensé que se había equivocado y corregí, un
vino y un cubata. El doctor contestó,
no, un cubata para mí y otro para Laura, tras cuya respuesta creí que esperaba
a alguien que subiría en la siguiente estación.
Pero ni en la siguiente ni en la próxima Laura apareció. No me atreví a preguntarle nada.
Seguimos hablando hasta que, más tarde, me brindó un
café. Pues sí, nos vendrá bien, le
contesté. Llamó al camarero y le indicó,
un café para mi amiga, otro para mí y uno para Laura, por favor. Lo miré sin hacer ningún comentario pero para
mí pensé: ¡no estará nada mal esa conferencia sobre siquiatría que va a dictar!
Ocurrente relato, sin duda. Locos los que no saben que lo están; este siquiatra necesita a un colega urgentemente, padece de doble personalidad.
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