Terminábamos de cenar
cuando la puerta nos llamó con inquietante insistencia. Tras ella, apareció Claudia algo nerviosa,
pálida. Mi amiga explotó en llanto
desconsolado; no podía soportar aquella angustia que le atenazaba el alma, no
podía luchar contra sus sentimientos, contra su ser, contra su destino. Estaba harta de fingir y quería, y debía,
tomar una decisión que cambiaría el rumbo de su atormentada vida mutilada por
la hipocresía de su banal existencia; educada para ser la esposa perfecta de un
marido al que no amaba.
Necesitaba ser dueña de
sí misma, enfrentarse a sus miedos: quería vivir, y soñar, y amar… Su corazón latía con más fuerza que nunca
después de un letargo vital que había anestesiado sus sentidos. De repente, lo comprendió todo: estaba en su esencia misma, aunque se lo
había negado una y mil veces. Una
montaña rusa de emociones encontradas, sentimientos hasta ahora desconocidos
pugnaban por rebelarse desde su interior.
Por fin era libre y estaba enamorada…Era simpática, femenina, de una
belleza natural, sin estridencias y, al igual que ella, necesitaba también
amar; huérfanas de caricias enamoradas, juntas emprenderían un camino sin
retorno hacia la felicidad.
Nada como ser fiel a sí mismo, libre de ataduras atávicas. Amar es lo único que importa, finalmente.
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