Es un chicle, ya saben
lo que quiero decir, perdonen, …era un chicle; hace ya tantos años que mi mente
se confunde.
Recuerdo que siempre
que podía se sentaba a mi lado: en el cine, en las clases de dibujo, en la
iglesia, en las fiestas; no me dejaba en paz y yo no encontraba cómo
zafarme. Los días me estaban resultando
interminables.
Yo intuía que algo realmente notable estaba a
punto de pasar y así fue: el chicle se me acercó una tarde y, con una inmensa
tristeza reflejada en sus pupilas, me informó de su inminente partida. Los padres habían decidido regresar al país
de donde habían salido hacía tantos años y donde, probablemente, contraería
matrimonio con la persona ya escogida.
¡Vaya!, pensé, me he
liberado. Me esperan unas Navidades
fabulosas. Disfrutaré a mi antojo de todos los festejos y sin el chicle
molestando. Y vinieron los regalos, los aguinaldos, las hallacas, pan de jamón;
todo exquisito.
Cierro los ojos y
recuerdo que al llegar enero, me sentí inexplicablemente extraña. Ya no estaba la persona a la que había
escuchado las más bellas palabras, la que siempre me apoyó, no estaban los
hombros en los que me cobijaba en mis días difíciles. Ahora, cuando mis lágrimas están a punto de
rodar por mis mejillas y me invade una gran melancolía, reconozco que nunca
imaginé cómo ese chicle llegaría a pegarse tanto a mi corazón.