En lo alto
de las montañas vive Bruno; el tiempo era inhóspito y gélido hasta tal punto
que las orejas se le caían para abrigar su rostro. Las pezuñas de sus patas
estaban aclimatadas a caminar por las heladas laderas. Y también habituado a
que su dueño le increpara por sus quejidos rebuznos; gritándole incesantemente:
“maldito ignorante, no sé de qué protestas, si lo único que haces es comer y
dormir”. Entonces, el burro cabizbajo, cabeceaba todo el tiempo como si le
diera la razón. No quería poner en peligro su pequeña ración de alfalfa.
Ya faltaba
poco para llegar a su destino; y era el único momento en que al asno se le
iluminaban las facciones de alegría; y hasta las orejas volvían a su estado
natural. La felicidad con que los niños del colegio le recibían; a los que le
llevaba leche y pan todos los días; hacía olvidar las penurias de su viaje y de
su existencia. Nervioso, intranquilo, divisó a Carlitos; el de quinto curso,
que venía corriendo a narrarle el cuento como hacía cada día; en los escasos
minutos que su dueño le daba de descanso antes de reemprender el camino de
vuelta. No se cansaba de oír, en boca del niño, las aventuras de un burro que
se llamaba Platero, que con su amo, recorría el mundo contemplando paisajes
maravillosos donde el sol y el mar eran testigos de su complicidad y del amor
que se profesaban. Saboreaba cada palabra, cada frase, cada metáfora… como en
su imaginación saboreaba las naranjas, granadas o brevas que aparecían en el
cuento. Era tan feliz que movía el rabo al ritmo de un musical de rock and
roll. Bruno soñaba cada día, cuando oía
este relato, en un verano en el horizonte en busca de Platero.
Encantador, dulcemente triste. La historia de un burro que puede extrapolarse perfectamente a la vida de cualquier esclavo de nuestro tiempo, que los hay. Me encanta que sea la literatura quien lo salve de ese mundo gris y tortuoso, la poesía como asidero…
ResponderEliminarPrecioso relato. Precioso niño que hacía soñar...Me gusta...¡¡
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