No, por favor, no intentes apoderarte de mí. Haría lo que fuera por no sentirte,
apártate. No quiero que por tu culpa se
me pongan los ojos rojos, los dientes apretados y esa dolorosa contracción en
la mandíbula. Por eso, prefiero apagar
la televisión, no encender el internet y mucho menos que me hablen por Skype. Mis manos están sudorosas y frías y ya están
empezando a temblar. Siento demasiada
ira.
Este alegato interpela a la propia emoción y eso resulta muy original e interesante. También lo es el hecho de reservar el nombre de esa emoción para la última palabra, de modo que el lector vaya descubriéndola poco a poco, a medida que avanza el monólogo. Buen trabajo.
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