Hoy soy alto
y majestuoso; los años no me han vencido y eso que tengo 108 años. Ha habido épocas en que he decaído un poco,
pero cuando llega el invierno, la lluvia y el fresquito de la mañana, vuelvo a
ser yo.
Les cuento
que fui el primer emigrante de mi especie que vino a este país, junto a otra
compañera igualmente desconocida.
Pasamos por aduana, escondidos en una maleta. Éramos muy pequeños. En este país crecí siendo el único. La gente me venía a ver porque no conocían
otro igual.
Mi compañera
se extendió en la zona; quizá porque sus frutos rojo oscuros llamaban la
atención: hoy se conoce como ciruela
japonesa . Sin embargo, nadie veía
mi fruto, porque era del mismo color verde de mis hojas. Así que no me extendí, me quedé allí al lado
de mi amo que estaba siempre pendiente de mí, me cuidaba con esmero. Florecí y di fruto por primera vez un bonito
día.
Mi dueño,
gran amante de la naturaleza, me mostraba a sus amigos y les contaba de qué
país me había traído. Solía decir que yo
era un emigrante, igual que él. Y aquí
estoy, a pesar del tiempo transcurrido, deleitando año tras año con mis dulces
chirimoyas, gracias a mi amigo Rudecindo.
Gracias, amigo, por haberme traído a esta isla
tan maravillosa que me recuerda a la mía,
esta isla donde veo salir el sol cada mañana.
Realmente precioso este relato en primera persona, donde es un árbol quien nos cuenta su historia.
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