En una noche agitada por un viento que
escocía mis oídos, mi pantalla mental fue ocupada por una sombra sin forma
definida, provocando que una desagradable sensación recorriera mí ya cuerpo entregado
a movimientos involuntarios. Trataba de desviar mis pensamientos hacia un
jardín de rosas rojas y blancas, o en el romper de las olas contra las rocas,
pero esa deformada sombra siempre acababa por imponerse. Me propuse abrir los
ojos, pero los párpados me pesaban. Intenté moverme, pero mis extremidades
estaban bloqueadas. La respiración se hacía espesa. Al mismo tiempo me sentía
encerrado. Y fue entonces cuando mi intuición me susurró que me hallaba dentro de un ataúd.
-¡Estoy muerto! Exclamaba
agónicamente sin mover mis labios.
Y esa sombra cobró forma humana y comenzó
a ondear su mano derecha. La angustia activó su ansia en quererme devorar y mi
grito se encalló en el momento en que esa sombra humana fue absorbida por una
gran mancha roja que ocupó toda mi pantalla mental.
Con brusquedad y esfuerzo abrí los
ojos, recuperé mi movilidad, y allí estaba mi madre luciendo un negro atuendo y
cubriendo con su humedecida mirada la foto de mi padre que portaba.
Disfruto al ver el excelente escritor de microrrelatos en el que te has convertido. Has descubierto los engranajes con los que condensar historias interesantes, como en el caso de este relato. Buen trabajo.
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