El corazón se me disparó sin previo aviso.
Aquel sonido, como de cristales rotos en mitad de la noche, puso a mis sentidos en alerta sin saber
si quedarme sin respirar apenas o correr en busca de ayuda. Algo pasaba entre
las paredes de mi casa. Esperé y el ruido constante de un crujir pequeño estaba
allí en pasillos oscuros y camas vacías.
Pasaron por mi cabeza escenas de rescates a
deshoras. Lágrimas y escombros por revolver.
Temblando. Sería eso lo que le pasaba al mundo y yo, dormida, intentando
olvidar.
Cuando llegué al pasillo, lo vi. Grietas por
todo el suelo, montañas abultadas de
azulejos que habían cobrado vida sin permiso.
Caos, derrumbes, polvo, gritos, soledad. Suelo
levantado. Grietas por donde escaparía polvo hacia mis libros, polvo a mis
horas, polvo a mis recuerdos.
Curioso pensar que las grietas del alma;
calladas, espesas, que luchan navegando
entre tristezas, habían escupido por fin para hacerse visibles.
Grietas
para gritar, para maldecir por lo que pudo haber sido y no fue.
Ahora
me encaja todo.
No
grité lo suficiente. No he llorado lo bastante, no he escupido mi rabia. Me he
secado en grietas internas que me apuñalan y mis paredes escucharon, escucharon
mis noches y escupieron lozas rasgadas en mitad de la noche.
Grietas
abiertas que respiran sin consuelo.
En
mi piso, en mis pasillos vacos, en mi alma.
Poderoso relato de grietas literales en un universo rebosante de grietas figuradas. Se ven, se tocan, se sienten y se presienten de un modo rotundo; obra del poder de tu palabra
ResponderEliminarMe transmite lo vivido, pero también lo olvidado. Un corazón lleno de un amor I finito, un amor insondable. Me gusta leer lo que leo de ti.
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