Esta es una historia real como la vida
misma. Un portero automático es el héroe de la misma, aunque cueste creerlo.
Los hechos se remontan a bastante tiempo atrás, cuando todavía criaba a mis
hijos pequeños, y una vecina se encargaba de importunar a menudo con la música
puesta a todo volumen y a veces a altas horas de la noche, impidiéndonos el
descanso y sobre todo sobresaltando a mis dos pequeños cuando dormían. Una
noche, le toqué en la puerta para protestar y me mandó a paseo. Entonces, sin
pensármelo dos veces, llamé a la policía; esperé un rato y al ver que no
aparecían, mecachis, me dije, no aparecen cuando más se les necesita. Estaba en
esto, cuando oí el timbre del portero
automático. Contesté y era la policía. Suba, le dije. Cuando llegaron a mi piso,
me indicaron que habían tocado en el número de la vecina y que se había negado
a abrir, con lo que el portero automático fue el auténtico juez de la
contienda, pues lo que ocurrió es que la señora no había oído su propio timbre,
dado el volumen estruendoso que había en su casa por la música a toda pastilla.
El agente me comentó que la próxima vez lo
llamara y le medirían los decibelios. Ella en ese momento había bajado
la música, las cosas mejoraron en lo sucesivo, gracias a la “mediación” del
portero automático.
Bienvenido al Taller y a nuestro Blog. Buena entrada en este universo nuestro con este relato anecdótico y singular. Destaco el hecho de que hayas convertido en protagonista al portero automático, personalizándolo. Buen inicio.
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