Recuerdo a mi madre decir que cuando
yo era bebé, sobre mi cabeza sólo había un par de pelusas que, creciendo, se
convirtió en pelo amarillo, ¡cómo un pollito, me imagino!. Tanto así que por
nombre me llamaban “rubia”, hasta para distinguirme de mi hermana.
Y lo más curioso, nunca pensé que mi
pelo cambiaría de color, ni que algún día sería “una tonta del bote más”,
¡ignorancia la mía!. Cuando con mis doce
o trece primaveras, al oír decir que mi rubia melena, que tanto me gustaba,
estaba dando paso a un cuerpo opaco, ¡me estremecí! ¡no me gustaba ese cambio
de color en mi pelo!.
Pero a esa edad siempre parecen
surgir más fácil los milagros y así fue. Primera solución, enjuagar el pelo con
tisana manzanilla o sea, la flor con unas gotitas de agua oxigenada, te sientas
con la posición, la frente sobre las rodillas, con tu pelo suelto de la forma
que le dé el sol a todo pulmón, o hasta que el cuerpo aguante ¡remedio santo!:
un rubio dorado perfecto.
Y pensando en el ir y
venir de los años, recordé la canción “Volver” de Carlos Gardel.
Volver…con la frente
marchita
Las huellas del tiempo
blanquearon mi “sien”
Que…70 años no es nada,
con mis potes de rubio
Que llegan a cien.
¡Qué buena eres, Águeda! Me encantan tus genialidades.
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