Estrella se sorprendió en grande cuando
su hermana, con una gran seguridad en sus palabras, le dijo, nos largamos lo
más lejos posible de este lugar, que está contaminado de prejuicios y secretos,
quiero desintoxicar mi vida en otro lugar, donde pueda olvidar una existencia
de rencores y malos recuerdos, esta casa
me asfixia, me ahoga su abolengo rancio venido a menos. Nos marchamos a otro
lugar donde nadie nos conozca, nos vamos de este pueblo de hipócritas, donde el
trato es políticamente correcto, no porque te aprecien, no, sino por miedo a la
señora de la casa grande, que da trabajo a medio pueblo y el otro medio le
rinde honores.
Estrella observaba con incredulidad a
su hermana y no podía creer lo que estaba oyendo, su hermana no mostraba ni un
atisbo de dolor, todo lo contrario, era rabia contenida lo que rezumaban sus
palabras, y le replicó atónita de desconcierto, ¿se puede saber qué te pasa?
¡se te olvida que estamos llegando del cementerio de enterrar a nuestra madre!.
Carmen la miró fríamente, argumentando,
no, no se me olvida, todo lo contrario, hoy al fin soy libre y dueña de mis
actos.
Estrella calibraba, sin creerlas, aquellas
palabras y replicó, si tanta sed de libertad tienes ¿por qué no te has ido
antes? ¿quién te ha impedido marchar?.
Carmen la contempló embriagada de ternura y
con la voz rota de emoción, le contestó ¡tú…, sí, tú, hija mía, la que
terminamos de enterrar era tu abuela… yo soy tu madre.
Vuelves con fuerza, Lilia, desvelándonos solo al final, como ha de hacerse, la razón de ese título: el secreto. Muy bien.
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