Era una tarde de puro invierno y las
olas parecían geiseres en erupción. Vi todo desde donde me encontraba,
refugiado de tan tremendo temporal. Incluso cómo se partía la barcaza en dos,
el chirriar de los hierros, la gente tirándose al mar, aquel mar que podría destrozarlos aún más.
Quedé paralizado ante tanto horror y
no me atreví a hacer nada. Preferí salir huyendo antes de que llegara la
policía y aquello se empezara a llenar de gente.
Teniendo en cuenta que había llegado
en una patera y hasta ese momento me encontraba de paso por allí, hasta que
arreciara el mal tiempo y encontrara un refugio mejor, recordé mi llegada a
aquel muelle sufriendo casi las mismas circunstancias que aquellos pobres que
no me atreví a socorrer. Sin papeles, sin documentación, así estaba mi
situación. Probablemente obré egoístamente, pero para saber si obré bien o mal,
primero hay que meterse en la piel de todos los que llegamos a otro país,
jugándonos la vida, buscando otra mejor.
Hoy en día estoy trabajando en
un hotel de esta tierra, legalmente.
Tengo mi pareja, dos hijos, pero jamás seré feliz del todo. Mis recuerdos
siguen estando vivos, y nunca podré olvidar cuanta gente se traga el mar
diariamente, buscando la otra orilla.
Efectivamente, como dice tu título, cuestión de supervivencia. Se entiende la actitud de huida del personaje al adentrarnos en tu relato.
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