Oh Dios mío, oh Dios mío, qué
desastre, ¿qué habrá sucedido?. No, por favor, mi Dios, no me castigues así, en
el fondo no soy tan mala, sólo he sido una persona mimada. Sí, siempre tuve lo
que quise, ¿es mi culpa?. No lo creo,
los que me rodeaban me hicieron la vida muy fácil, demasiado diría yo y
simplemente no fui capaz de superar mi primer fracaso.
Oh, señor, debería preguntar a uno
de los sobrevivientes cómo se llama el barco accidentado, debería tener la
certeza. En el caso que sea el “Costa de las Buganvillas”, yo también me
hundiré, ya mi vida no tendrá sentido y cada vez que vea a un niño preferiré
haber muerto.
Tenía tantas ilusiones, soñaba ser
una mujer responsable compartir con mi hijo tantas cosas que le podía ofrecer,
nosotros dos, con mi amor él no necesitaría de nadie más.
Odio las leyes que permiten a los
padres compartir vacaciones con los niños.
Desde que nos divorciamos siempre habrá evitado que
se llevara lejos a mi Alberto esta vez un estúpido enfado hizo que él escogiera
a su padre para pasar las vacaciones navideñas.
Me sentiré culpable toda la vida, si
le ha pasado algo.
Oh Dios no permitas que lo que dije
en un momento de rabia se materialice: ¡¡Qué les vaya mal!!, les grité a los
dos por dejarme aquí sola y desesperada…
Este espantoso recuerdo no me dejará
vivir, así es que ya sé que nado bastante mal, pero no me importa, allá voy de
todas maneras, si no lo encuentro, si no es su barco, rescataré a otros, me
sentiré aliviada, esa será mi manera de agradecer que mi hijo está a salvo.
El peso de la culpa y el arrepentimiento han movido a esta protagonista para, de alguna manera, pagar la deuda, ¿karma?. Alicia, si nos lees, allende el mar, un abrazo gigante y mis deseos de que estés disfrutando junto a tu familia.
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