Era un día de invierno, frío y
nebuloso. Mis hijas y yo estábamos de compras en el rastro, buscando y
regateando con los tenderos. El mar estaba en calma y muchos barcos anclados en
la bahía y sus alrededores.
Las esperanzas eran que el día
levantara y los turistas dejaran mucho dinero en la ciudad, que a los
comerciantes les fuera muy bien y vendieran todo lo más posible.
A pesar del mal tiempo, reinaba la
alegría y el bullicio del momento.
Mis hijas no paraban de probarse
todos los trapos que encontraban a su gusto (que eran muchos).
De pronto, una explosión sacude el
suelo, mirando alrededor descubrimos un
barco en llamas y unas personas nadando apuradas para alcanzar la orilla.
Mi reacción fue llamar al 911 para
que vinieran a ayudar. Mientras busco a mis hijas y las distingo junto a otras
personas en la bahía socorriendo a los heridos y ayudando a los que nadaban
exhaustos, todo en medio de un gran caos y gritos por doquier.
Sí, no me siento orgullosa de mi reacción tanto como de la de
mis hijas.
Resolviste muy bien la tarea impuesta con este relato. Buen trabajo, Esther
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