Ellas rumiaban ladera
arriba, rumiaban que te rumiaban, no paraban; estaban colgadas en la montaña, y
su rumiar era un sin parar. Lo necesitaban como la vida misma: era su sustento
y el de sus compañeras y descendencia.
Las flores amarillas
tenían el alimento indispensable para ellas convertirlo en leche. Las vaquitas
seguro que saben que en una semana ya no hay flor amarilla.
Sabia naturaleza, sí, aunque he de confesarte que con tanto rumiar como el que últimamente nos invade, sospeché que esas ellas podían ser otras
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