Con la mirada perdida, las manos temblorosas y una tristeza
muda acompañándola como una sombra, tomó la decisión. Con mucha cautela, vertió
el sobre en la botella para después, dejarla en el mismo lugar en que la
encontró.
Su oxígeno, su mente, su estado de ánimo, todo, estaba
envenenado de rabia e impotencia; le había despojado de su mundo de colores
para transformarlo en una horrible pesadilla.
Su decepción era profunda y no comprendía qué pasaba, sólo sentía dolor,
un dolor que la desgarraba por dentro.
Él había arrasado, sin pudor, su inocencia. Y ella estaba sola y
decepcionada, sin saber a quién recurrir.
Asustada, confundida y apoyada en un rincón, temblando de
miedo, estaba ella, cuando se lo llevaron a él y, entre su aturdimiento, acertó
a escuchar unas palabras.
-¡Pobre niña, queda desamparada y sola! Su padre era su única
familia.
La forma en que llevas la narración es, sin duda, muy efectista; cuando uno cree adivinar que está ante un caso más de violencia doméstica, nos enfrentas a un primer plano estremecedor, justo en la última línea, para ponerle alma y rostro a la historia. Muy bien
ResponderEliminarCaramba Lilia , nunca imaginé ese final , que bien te quedó. Felicidades. Alicia
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