Y entonces, a través
de la ventana, creía como la “asquerosa lluvia” mojaba sus recién “limpiados”
cristales.
Miró a la alacena y
allí, sobre la repisa, buscó el retrato del rostro que siempre estaba serio, y
que ahora se partía de risa. Había sido ella, lo tenía claro. Mala baba tenía
ese rostro, que desde la niñez la controlaba. Pero hasta ahí, decidió que
llegaba su último otoño en la casa.
En una bolsa de basura
metió esa ropa de mojigata que se suponía obligada, y por las que ella no
ligaba nada, esas faldas de paño tan holgadas, esos abrigos de lana que tanto picaban
y esos zapatos de charol brillante que tanto odiaba. Cogió la cartilla del
banco heredada y mostró al rostro el saldo que había, se lo pasó por delante de
las narices, que ya estaban bastante cabreadas.
Entonces, guapa y
ataviada con su bolsa negra cargada, salió a la calle que tornaba luminosa, muy
dispuesta a renovar todo el armario.
-
Sí,
1950 euros, cargue toda la ropa a esta cuenta y por favor deshágase de esta.
-
Ya, de vuelta a casa,
atravesando el parque, del bolsillo de su chaqueta brotó un humo negro. Asustada,
sacó su contenido, era el retrato de su
madre que del cabreo estaba ardiendo en llamas. Fue tal el susto que, de un
salto, se puso en el borde de la fuente y lanzó el rostro de su madre al agua.
Al perro que bebía en ese momento del agua, le aconsejó que lo dejara, pues el
agua a partir de ese momento estaba envenenada.
Excelente cambio de tono narrativo el que has hecho. Partiendo de la misma idea, has sabido desgranarlo para presentarnos el relato, desde una perspectiva diferente. Muy bien.
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