Una
tarde, mientras caminaba por la montaña, me encontré tirada en el camino una
pequeña tabaiba. Estaba marchita,
aplastada y con poca vida. La recogí y
la traje a mi casa y allí, con mucho cariño y cuidado, la planté en una pequeña
maceta, en medio de dos piedras, para que de ese modo conservara la humedad.
Con el
paso del tiempo, se recompuso y pegó.
Ahora la tengo en mi centro de trabajo, en un bol grande lleno de
piedras y palos bonitos que he ido recogiendo a lo largo de mis caminatas. Cada vez que la miro, me conecta con la
auténtica naturaleza canaria. Todos y cada
uno de los elementos que contiene ese bol, me trae bellos recuerdos; se han
convertido en una recopilación de las pequeñas grandes cosas que encuentro en
mis caminatas.
Dulce, bonita y… ecológica historia, Esther, que habla de tu espiritualidad y sensibilidad.
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