Aquel olor a monte, a campo, me gustaba. Íbamos a las medianías y toda la familia –que
es muy larga – disfrutaba de lo lindo, era una fiesta. Juana nos preparaba las primeras papas
bonitas de la cosecha, con pescado salado.
Al terminar de comer, todos los primos nos poníamos a la sombra de unas
higueras a charlar o a dormir. Era
delicioso. Yo, por mi parte, me sentaba
a escribir una carta, mientras el aire me traía los olores del tomillo, del
orégano, hierbahuerto del que Juana tenía sembrado en el terreno.
No sólo me gustaban esos olores campo. Los de la mar, también. El aroma a sal y yodo, cuando estás sola
recordando cosas bonitas y agradables. O
el sonido de las olas, cuando estás triste, te relajan y adormecen.
Recordando olores, ninguno como aquel aroma a maderas
olorosas que usaba mi marido, éstos nunca se olvidan.
Bucólicos, marinos, dulces aromas los que rescata tu memoria, Carmiña. Me encantan.
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