Ya había caído el sol por el poniente, cuando Eloísa
decidió ir a botar la basura. Cogió las
llaves y dio una sola vuelta a la cerradura pues era bajar y subir en menos de
tres minutos. De regreso, la pobre
Eloísa se llevó el gran susto de su vida pues, por mucho que le diera vuelta al
pestillo, éste no se abría. Se puso tan
nerviosa que tocó al vecino pidiendo ayuda pero, no había nadie. Todo estaba en silencio. Bajó un piso y tocó el timbre de otros
vecinos que conocía. Lo mismo; no
recibió respuesta. Volvió a subir
preguntándose si ya nadie vivía allí o si todo el mundo estaba de
vacaciones. Sudorosa por los nervios,
empezó a tocar de nuevo, puerta por puerta.
Fue en el tercer recorrido cuando, finalmente, alguien abrió. Salió un señor que no había visto
nunca. Eloísa se disculpó y le explicó
su problema. El amable vecino la
acompañó y no tardó en solucionarlo.
-Señorita, yo creo que la cerradura está bien; el
fallo es que a usted le faltaba fuerza porque la verdad es que está un poco
dura
Eloísa, muy agradecida, le volvió a dar las
gracias. Luego, entró a su casa, cerró
la puerta y poco después se metió bajo el agua fría de la ducha, así los
nervios se fueron calmando.
Más tarde, Eloísa dudaba si todo había sido una
pesadilla o si había pasado de verdad.
Estaba ya en la cama –sería las once de la noche- cuando sonó el teléfono. Nunca estaría segura de si aquello había sido
real o una pesadilla de la cual la había sacado aquella llamada.
Final abierto para que el lector sea quien decida qué le pasó a Eloísa exactamente. Muy bueno, Carmiña.
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