Se
agolpan en mi cabeza cantidad de aromas.
Llega a mi memoria el exquisito aroma de un postre de vainilla y
chocolate recién horneado que me recibía al abrir la puerta y la cara de
satisfacción de mi madre al notar mi sorpresa.
Otros más amargos, como los del olor a cuero de un cinturón que fue
descargado como castigo por alguna travesura infantil. Más adelante, el delicioso olor a talco suave
y delicado cuando bañaba a mis bebés.
Imposible
no recordar el ineludible olor a café de las mañanas, antes de comenzar un
azaroso día.
Claro
que hay momentos especiales, irrepetibles.
Es que, si dejo volar mi imaginación viene a mi memoria esa loción, esa
fragancia masculina imposible de olvidar.
Cuando la persona que la usaba pasaba cerquita de mí, hacía que se me
erizara la piel.
Respecto
a olores, he de decir que alguna vez me he sentido decepcionada, como en el
caso de mi flor favorita: la orquídea.
Me hace falta un olor perdurable que la defina. Es una flor tan majestuosa que me imagino su
aroma elegante, distinguido; y a la vez potente y demoledor. Y yo me pregunto: ¿a qué puede oler tanta
perfección? Definitivamente, nunca lo
sabré.
Este recorrido por los olores atados a tus recuerdos o a tus preferencias, me ha embriagado. Aromas, memorias, memorias aromas: una pareja inseparable. Me quedo con aquel a loción imposible de olvidar.
ResponderEliminar¡¡Este es un relato que huele muy bien¡¡,y deja un aroma a ti, que desprendes: sensibilidad, amistad y compañerismo, con un toque de vainilla, un beso.
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