Me gusta ir
a caminar por el monte, siempre que tengo tiempo, para respirar su olor a pino,
el frescor del ambiente, el aroma a hojas secas…
Camino y camino, hasta que llega el momento en que me apetece sentarme y
cerrar los ojos para disfrutar a plenitud de todas esas fragancias
maravillosas. Entonces, me quedo
pensando en mi niñez porque yo, en la época de Navidad, solía irme a un
pueblecito donde vivían mis abuelos.
Recuerdo que, al levantarme por las mañanas temprano, respiraba aquellos
mismos olores. Salía fuera de la casa y
cogía el barro que se había formado por la lluvia para hacer figuritas con
él. Luego, despegaba el musgo de los
muros y me entretenía en formar mi particular Belén. De aquella misma época, recuerdo a mi abuela
cocinando con leña, lo que hacía que sus caldos fueran exquisitos, además del
delicioso olor que desprendían.
Mis caminatas por el campo, entre olores y recuerdos,
suelen ser siempre de lo más agradables y reconfortantes.RELATOS DE LOS COMPONENTES DEL TALLER DE LECTURA DIRIGIDA Y NARRATIVA “EL TRANVÍA”
miércoles, 26 de septiembre de 2012
ENTRE OLORES Y CAMINATAS de Mercedes Álvarez
AQUELLA FRAGANCIA de Maruca Zamora
Lo
reconocería donde lo oliera. Una
fragancia fresca, un toque ácido, varonil, olor a limpio. Era aquella una fragancia que, al pasar cerca
de algunos hombres, me embelesaba con su aroma en mi temprana juventud. No soy muy dada a los perfumes, siento
rechazo a los olores fuertes de cualquier cosa; me producen alergia. Me repugnan hasta el extremo de causarme
náuseas, pero aquella fragancia sin duda era otra cosa.
Al cabo de cierto tiempo, trabajé en una perfumería. A lo largo del día, se mezclaban tantos
aromas que terminaba por no captar ninguna.
Un día, un cliente me pidió una marca de colonia. No era el último grito en perfumes, más bien
se trataba de una colonia antigua que, según el dueño de la perfumería, le
pedía poca gente. El señor iba camino a su trabajo y abrió el frasco para
ponerse un poco de colonia, él decía que sin ella sentía que le faltaba
algo. Recuerdo que yo le comenté mi
caso; todo el día entre tantos olores con mi problema de intolerancia a los
aromas. Fue en ese instante cuando llegó a mí, aquella antigua fragancia que
tanto me gustaba. Al fin pude ponerle
nombre: Lavanda Sarle.AQUEL AROMA de Maruca Morales
Me pasé el verano caminando
por el campo, a veces sola y a veces acompañada. En uno de los paseos solitarios, quise
satisfacer mi curiosidad y descubrir de donde venía un olor que ya había
sentido al pasar por allí. Observando vi
que aquel aroma venía de un huerto cercano sembrado de manzaneros. Las manzanas estaban maduras, algunas ya
caídas. Descubierto el origen de aquel
olor, sigo paseando por allí todos los días, oliendo y disfrutando de la visión
de esas manzanas tan bonitas.
HABLEMOS DE OLORES de Alicia Carmen
Se
agolpan en mi cabeza cantidad de aromas.
Llega a mi memoria el exquisito aroma de un postre de vainilla y
chocolate recién horneado que me recibía al abrir la puerta y la cara de
satisfacción de mi madre al notar mi sorpresa.
Otros más amargos, como los del olor a cuero de un cinturón que fue
descargado como castigo por alguna travesura infantil. Más adelante, el delicioso olor a talco suave
y delicado cuando bañaba a mis bebés.
Imposible
no recordar el ineludible olor a café de las mañanas, antes de comenzar un
azaroso día.
Claro
que hay momentos especiales, irrepetibles.
Es que, si dejo volar mi imaginación viene a mi memoria esa loción, esa
fragancia masculina imposible de olvidar.
Cuando la persona que la usaba pasaba cerquita de mí, hacía que se me
erizara la piel.
Respecto
a olores, he de decir que alguna vez me he sentido decepcionada, como en el
caso de mi flor favorita: la orquídea.
Me hace falta un olor perdurable que la defina. Es una flor tan majestuosa que me imagino su
aroma elegante, distinguido; y a la vez potente y demoledor. Y yo me pregunto: ¿a qué puede oler tanta
perfección? Definitivamente, nunca lo
sabré.
ESE OLOR de Naty Cabrera
Ese
maldito olor que se filtraba por todas partes, ¿quién era él para perturbarme
así? Mi olfato no podía más, la cabeza
me estallaba, el estómago refunfuñaba.
Todo me daba vueltas. No sé como
llegué al baño. Cuando abrí los ojos vi
el techo de mi dormitorio. Me quedé
estática y lo único que, finalmente, me hizo reaccionar fue aquel agradable
aroma a café recién hecho que venía de la cocina. Eran las siete; hora de levantarse.
OLOR A AYER de Lilia Martín Abreu
Soplaba
una brisa fría que calaba los huesos, mientras yo caminaba por las calles con
paso firme. Al pasar frente a un
establecimiento comercial, me asaltó un súbito olor que me hizo parar en seco y
retroceder dos pasos. Esos dos pasos
fueron cuatro décadas atrás en mi memoria.
De aquel comercio salía un olor que me sacudía los recuerdos; olía a mi
niñez, fluía una estela a tiempo pasado.
El establecimiento era una venta de víveres. La contemplé con nostalgia por lo que me transmitía. El suelo era un tablado de madera.
-
¡Cuánto tiempo sin verlos! –pensé
Seguí
explorando con la mirada, el mostrador también era de madera, pintada de marrón,
sobre el cual descansaba un garrafón de vino, un recipiente redondo, con unas
sardinas secas de barril, unos grandes frascos de boca ancha repletos de
pastillas de colores y una cesta con rosquetes laguneros tapada con una
red. Cerré los ojos y mi mente voló,
tomada de la mano de aquel maravilloso olor a recuerdos del ayer pero, solo
fueron unos segundos, ya que el tenaz frío se encargó de traerme de regreso.
Yo
hoy no estoy realmente segura de si lo que vi fue real o producto de mi
imaginación, influenciada por ese olor pero, lo que si tengo claro es el olor
que percibí y lo que transmitió. Eso si
que es algo incuestionable y que no puedo olvidar.
AQUEL OLOR de Carmiña Gohe
Aquel olor a monte, a campo, me gustaba. Íbamos a las medianías y toda la familia –que
es muy larga – disfrutaba de lo lindo, era una fiesta. Juana nos preparaba las primeras papas
bonitas de la cosecha, con pescado salado.
Al terminar de comer, todos los primos nos poníamos a la sombra de unas
higueras a charlar o a dormir. Era
delicioso. Yo, por mi parte, me sentaba
a escribir una carta, mientras el aire me traía los olores del tomillo, del
orégano, hierbahuerto del que Juana tenía sembrado en el terreno.
No sólo me gustaban esos olores campo. Los de la mar, también. El aroma a sal y yodo, cuando estás sola
recordando cosas bonitas y agradables. O
el sonido de las olas, cuando estás triste, te relajan y adormecen.
Recordando olores, ninguno como aquel aroma a maderas
olorosas que usaba mi marido, éstos nunca se olvidan.
AROMA A TI de Angélica Camerino
Pasaba
frente a la terraza de un bar, cuando llegó hasta mí aquel aroma que me hizo
recordar sus manos, su silueta alargada, fina, su rostro imperturbable y su
sonrisa iluminada. Era un olor a tabaco
y humedad. Ella y el cigarrillo,
siempre. En ella, fumar no era un simple
vicio, era una afición que acompañaba a lo más elemental de su existencia. Aquella fragancia me hizo recordar, también,
el día que la conocí. Fue una mañana
primaveral. Se encontraba ella,
cigarrillo en mano, a las puertas de un estanco cercano a su casa. Salía de comprar la prensa, una caja de
tabaco y golosinas. Quedé impregnado de
ella, de su presencia. Sin embargo, las
imágenes que con mayor persistencia invaden mi mente ante la presencia del olor
del tabaco, son otras, mucho más cercanas en el tiempo. Pertenecen a nuestro último encuentro. Llegan a mí como una lluvia con relámpagos. Ella duerme en su habitación. Yo entro con sigilo, me acerco a ella. Poso despacio la palma de mi mano sobre su
boca, mientras, con mis dedos, apretó los orificios de su nariz. Despierta abruptamente y me ve, no me reconoce. ¿Por qué habría de hacerlo?-pienso. Palmotea sobre mi cara, mientras la impregna
con ese perfume, tan suyo, a tabaco y piel.
Luego, sus manos caen sobre las sábanas, sin fuerza, sin vida.
viernes, 21 de septiembre de 2012
FINALISTAS PREMIO NARRATIVA HERTE 2012
RELATOS FINALISTAS
PREMIO DE NARRATIVA HERTE 2012
Después de una siempre difícil selección, y posterior
deliberación, el jurado del Premio Narrativa HERTE 2012, ha dado a conocer los
títulos de los diez relatos finalistas.
La identidad de sus autores será desvelada el día de la entrega de
premios (próximo mes de noviembre, la fecha se les comunicará en unos días). El
orden en que enumeraremos los relatos
seleccionados es absolutamente aleatorio y no tiene nada que ver con su
posición en la selección. Entre
ellos están el primero, segundo y tercer premio. Aunque hablemos de diez finalistas, verán
ustedes en la lista doce relatos, eso es debido a que dos de ellos quedaron
empatados en puntuación, no tratándose en ningún caso de los tres ganadores. ¡Felicitaciones a todos, finalistas y no
finalistas! Nos hicieron la tarea muy complicada, dada la calidad de los
escritos presentados.
Milagro
de verano
El último tren
Trabajo
sucio
Noche sin luna
La otra
Dulce espera
El
Reo
Mi hermano
Desamor
Cómo ayudar a su madre
Sangre, sudor y cebolla
La llamada de Dios
Pilar Gutiérrez, Mª Magdalena Padrón, Isabel Expósito Morales
Componentes del jurado
Directiva de Asociación HERTE
jueves, 20 de septiembre de 2012
ÉL de Clotilde Torres
Está en mi vida desde muy pequeña. Ya decía mi abuela que algún día sería mío,
como anteriormente había sido de mi bisabuela.
En el siglo XVII, estaba colocado en el salón principal donde todas las
señoras que llegaban, se recreaban en él.
Es muy bello, su marco de unos quince centímetros está adornado por
pequeñas rosas, bañado con pan de oro.
Es increíble pero, no tiene ni siquiera una sola manchita; está en
perfecto estado. Sólo se le nota en los
laterales, como si alguna vez hubiese estado en otra posición y, es la
verdad. Antiguamente las casas eran de
techos altos y se ponían en posición vertical para verse al completo.
Cuando fue mío, lo coloqué apaisado pues es la forma más
favorecedora para mi decoración. Desde
hace cuarenta años es de mi propiedad.
Lo cuido y lo quiero como la joya más importante de mi familia. Tiene más de trescientos años y a veces,
mirándome en él, le pregunto:
-¿Cuántas cosas sabrás, todo lo que habrás visto y todos los
que se habrán visto en ti, mi queridísimo espejo?
RECUERDOS de Esther Morales
Una
tarde, mientras caminaba por la montaña, me encontré tirada en el camino una
pequeña tabaiba. Estaba marchita,
aplastada y con poca vida. La recogí y
la traje a mi casa y allí, con mucho cariño y cuidado, la planté en una pequeña
maceta, en medio de dos piedras, para que de ese modo conservara la humedad.
Con el
paso del tiempo, se recompuso y pegó.
Ahora la tengo en mi centro de trabajo, en un bol grande lleno de
piedras y palos bonitos que he ido recogiendo a lo largo de mis caminatas. Cada vez que la miro, me conecta con la
auténtica naturaleza canaria. Todos y cada
uno de los elementos que contiene ese bol, me trae bellos recuerdos; se han
convertido en una recopilación de las pequeñas grandes cosas que encuentro en
mis caminatas.
EL BAÚL de Maruca Zamora
Desde
tiempos remotos ha estado allí, en mi vieja casa. Cuando era pequeña, me intrigaba mucho ese
baúl porque siempre permanecía cerrado y mi imaginación de niña volaba pensando
en tesoros escondidos. Esa idea crecía
aún más al preguntar y recibir por respuesta que estaba cerrado porque guardaba
cosas muy importantes.
Con los
años, supe que lo había traído de Cuba mi tío, un emigrante que después de
mucho tiempo de ausencia, había regresado a su casa cargando en aquel baúl toda
su fortuna y todos los recuerdos que quería conservar. Así permaneció muchos
años hasta que un día, finalmente, lo abrí.
Me llevé
una gran desilusión al comprobar que el baúl no guardaba los tesoros que mi
mente de niña había imaginado.
Indudablemente lo eran para su dueño: cartas de su padre, de su novia,
tarjetas, documentos muy antiguos, entre ellos una escritura del año 1848, un
cuchillo con cabo de carey, un sombrero, una camisa guayabera –ropa típica del
país donde estuvo –y otras cosas.
Mientras revisaba el contenido, llamó mi atención una pequeña gaveta que
tenía el baúl en su interior. Al abrirla
quedé extrañada al ver que estaba llena de botones de todos los tamaños y
colores. Me pregunté por qué guardarían
eso allí. No tuve explicación.
Con el
tiempo, comprendí que el tesoro que de niña me había imaginado, se había
quedado corto. El que había encontrado
tenía un valor sentimental incalculable: grandes recuerdos, historias pasadas,
muy lejanas, tanto como 104 años. Hoy en
día es un tesoro que conservo con mucho orgullo por haber pertenecido a una
persona a la que quise mucho.
EL PAQUECO de Lilia Martín Abreu
Ayer encontré una muñeca pero, ¡qué muñequita!, con
su cara de porcelana, unos ojos totalmente expresivos y una sonrisa
objetivamente ¡diabólica!. Es tan pero
tan grotesca que le da susto al propio miedo.
La conservo dentro de una caja debajo del fregadero; lugar que no
frecuento a menudo. Les expongo el caso
para que me entiendan y así puedan juzgar lo que les estoy contando.
Alicia, una amiga de la universidad, me invitó a una
reunión en su casa. Ella me reveló que
la fiesta consistía en un paqueco country
y yo, emocionada, le dije:
-Perfecto. Yo
tengo un sombrero vaquero –después de lo cual, ella soltó una carcajada.
-Roberto, lo puedes llevar si quieres pero no se
trata de ese country, es el contri de contribuir con la fiesta.
-Me gusta –pensé –ésta tiene sentido del humor.
Mientras, Alicia seguía explicándome:
-Eso nada, ¡hombre!, te traes unas cervezas y
ya. Pero eso sí –me recalcó Alicia –tienes
que traer un regalo, algo a lo que tú no le des utilidad, alguna cosa que
tengas por tu casa. No la puedes
compras, es la regla número uno del paqueco.
-Ese paqueco será algún familiar de Alicia –pensé yo.
Como soy un estudiante y vivo solo, ya se podrán
imaginar, en mi casa no sobra nada, todo lo contrario. Tomé unos suvenires que me habían traído unos
compañeros de sus viajes –les confieso que no sólo no les doy utilidad sino que
por mucho que se las he buscado, no se la encuentro –los empaqueté de manera
muy elegante y nos fuimos para la fiesta del paqueco.
Les manifiesto que esa reunión estuvo de
escándalo. Allí desfiló toda clase de
objetos inservibles y feos que jamás pensé que existieran, como diría mi
abuela, un montón de arretrancos. Fue entonces cuando me explicaron el
significado de paqueco.
Una tía de Alicia, que en gloria esté la señora,
tenía tan mal gusto para regalar que, en su honor, se hace un intercambio de
paquecos. La verdad es que buen gusto no
tendrán, pero sentido del humos les sobra.
El paqueco significa
¿pa qué coño quiero esto? y yo
doy fe de eso porque me fui de aquel lugar con una muñeca espantosa, aunque eso
sí, con el grato recuerdo de un día inolvidable.
LA POLVERA de Mercedes Álvarez
Una mañana me fui de visita a casa de mi tía
Luisa. Ella tiene muchos muebles
antiguos y yo, ese día, me entretuve –no sé por qué –en abrir las gavetas de
uno de ellos hasta que, de pronto, me llamó la atención un objeto pequeño. Al cogerlo en mis manos, supe que se trataba
de una bonita polvera. Le pregunté a mi
tía cuántos años podía tener aquella reliquia y me contestó que entre cuarenta
o cincuenta años.
Volví a contemplarla, apreciando muy despacio cómo
estaba hecha, toda forrada de raso de muchos colores y dibujos de
florecillas. El borde era todo de latón
dorado. Al abrirla, comprobé que aún
tenía restos de polvos para el rostro y su espejo estaba intacto. Al tenerla en mis manos, sabiendo un poco de
su historia, me dio mucha ternura y le pedí a mi tía Luisa que me la diera para
guardarla yo.
Hoy, esa polvera que un día me encontré por
casualidad, es mi mayor tesoro.
EL RETRATO de Alicia Carmen
Se encontraba en la repisa del dormitorio de mi
hijo; él quería tenerlo cerca. Llegó
hasta allí como un legado, una herencia.
Mi familia deseó que yo lo conservara.
Todos estuvieron de acuerdo.
Puedo decir que el objeto que más me ha impactado,
que ha causado una honda impresión en mi vida es: el retrato de mi padre. Es una foto sencilla, como era él. Con un
marco irrelevante, sin importancia, su contenido es tan hermoso que cualquier
adorno frívolo palidecería en semejante compañía.
Cuando pienso en lo que hizo; fueron tantas las
cosas en las que me orientó, me ayudó,
hasta me inspiró, que no terminaría nunca.
Entre los memorables recuerdos, evoco ahora cuando me acompañaba a
clases nocturnas o, sobre todo, cuando me llevó de su brazo a casarme. Estaba radiante, orgulloso, feliz; los dos
caminábamos entre nubes.
Y qué puedo yo sentir hacia una persona que hasta el
final estuvo siempre presente, siempre disponible para cualquier eventualidad. Pues, admiración, respeto, agradecimiento y
mucho amor.
Debo admitir que el retrato ya no se encuentra en su
sitio. Cada vez que entraba al
dormitorio de mi hijo y me encontraba con esos ojos tan azules, tan dulces,
compasivos y cariñosos, no me era posible sostener esa mirada, hasta que me vi
obligada a ponerlo boca abajo.
DE GÉRMENES Y GUERRAS de Angélica Camerino
Señor
jefe de tropas,
Le
escribe el sargento del Batallón X para informarle de nuestros avances en el
terreno de guerra. Hasta los momentos,
hemos atacado a muchos enemigos y hemos ganado territorio. Todas las guaridas del bando contrario las
tenemos controladas; algunas ya han sido atacadas y otras las tenemos en la
mira, para asaltarlas en cualquier momento.
Nuestro avance es inminente.
Claro, no sin resistencia de los oponentes: nos han atacado con bombas
de agua, jabón y alcohol. Pero, nosotros
hemos resistido con fuerza y determinación.
Ya podríamos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que hemos vencido. Esta misma noche podemos dar por terminada la
lucha. Quedo a la espera de nuevas
instrucciones. Y así me despido, no sin
antes, reiterarle nuestra victoria. Esta
rodilla ya está infectada.
P.D: ¿Debemos pasar a la otra?
Atentamente,
Sargento
de Batallón X (Gérmenes por la ocupación de la rodilla infectada).
Al leer esta carta, reí. Recordé vivamente, el momento en que caí de
la bici, a los nueve años. El gran hueco
en mi rodilla que no paraba de sangrar.
Mi madre, preocupada, tratando de limpiar la herida con alcohol,
mientras me recordaba que debía ser cuidadosa, que las niñas no deben tener
golpes en las piernas, que no es femenino.
Recordé la tarde en que, aterrada ante la amenaza de una posible
infección –cosa a la que temía aun sin saber qué podía ser o implicar–, me
senté en el salón de mi casa a escribir esta carta, quizá para exorcizar tanto
miedo.
Esta tarde la he encontrado escondida entre unos
cuadernos de la universidad. No sé cómo
habrá llegado allí, ni quien la habrá conservado tanto tiempo. Ya no la recordaba. Quizá fue mi madre quien la guardó y luego la
colocó entre mis libros. Lo que sí es
cierto es que me alegra mucho haberla encontrado; por lo menos sé que esta
tarde, nadie podrá borrarme esta sonrisa.
LA DUDA DE ELOÍSA de Carmiña Gohe
Ya había caído el sol por el poniente, cuando Eloísa
decidió ir a botar la basura. Cogió las
llaves y dio una sola vuelta a la cerradura pues era bajar y subir en menos de
tres minutos. De regreso, la pobre
Eloísa se llevó el gran susto de su vida pues, por mucho que le diera vuelta al
pestillo, éste no se abría. Se puso tan
nerviosa que tocó al vecino pidiendo ayuda pero, no había nadie. Todo estaba en silencio. Bajó un piso y tocó el timbre de otros
vecinos que conocía. Lo mismo; no
recibió respuesta. Volvió a subir
preguntándose si ya nadie vivía allí o si todo el mundo estaba de
vacaciones. Sudorosa por los nervios,
empezó a tocar de nuevo, puerta por puerta.
Fue en el tercer recorrido cuando, finalmente, alguien abrió. Salió un señor que no había visto
nunca. Eloísa se disculpó y le explicó
su problema. El amable vecino la
acompañó y no tardó en solucionarlo.
-Señorita, yo creo que la cerradura está bien; el
fallo es que a usted le faltaba fuerza porque la verdad es que está un poco
dura
Eloísa, muy agradecida, le volvió a dar las
gracias. Luego, entró a su casa, cerró
la puerta y poco después se metió bajo el agua fría de la ducha, así los
nervios se fueron calmando.
Más tarde, Eloísa dudaba si todo había sido una
pesadilla o si había pasado de verdad.
Estaba ya en la cama –sería las once de la noche- cuando sonó el teléfono. Nunca estaría segura de si aquello había sido
real o una pesadilla de la cual la había sacado aquella llamada.
viernes, 14 de septiembre de 2012
LA AGUJA de Berna
Un día,
encontró una caja de zapatos vieja, dentro de la cual había varias agujas para
hacer crochet. Hacía ya mucho tiempo que
no las usaba. Estaban muy atrás los años
en los que hacía uso de ellas para confeccionar cojines, colchas, cogederas,
suéteres, juegos de pañitos y bolsas de pan para la cocina, o aquellos otros,
más elaborados, para poner de adorno sobre las mesas y otros muebles.
No estaba
segura si recordaría cómo hacer
cadenetas y otros puntos más complicados, sin embargo, cogió una de ellas, un
pequeño ovillo de hilo y empezó a trabajar.
En el intento, se descubrió de pronto, haciendo cadenetas, puntos y
vueltas como en los viejos tiempos y se alegró mucho al comprobar que no los
había olvidado.
Tomó la
decisión de intentar hacer cosas otra vez.
Ahora tenía varios nietos y con ellos una hermosa motivación para poner
a trabajar a la aguja y a su imaginación, para hacerles regalos.
Haber
encontrado aquella caja de zapatos, desde luego, le había hecho muy feliz.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)