A lo largo
de todos estos años en los que ha venido a visitarme una vez al mes, ella se ha
ido convirtiendo en parte de la familia.
He terminado bautizándola como la
prima que me visita todos los meses.
Nunca me avisa el día exacto de su visita aunque, a veces, unos días
antes de que ocurra, intuyo su próxima presencia. Otras veces, en cambio, aparece por sorpresa,
aunque nunca se queda más de siete días.
Cuando yo he
querido, he pactado con mi prima que no aparezca durante algunos meses, y me ha
respetado. Pero, cuando no ha venido, me
ha preocupado su ausencia y, hasta que no ha hecho acto de presencia, no me he
tranquilizado. Aunque, algunas veces, su
llegada me produzca irritabilidad por presentarse en momentos inoportunos, me
alegra de que esté conmigo.
Sé que
llegará el día en que desaparezca para siempre.
Me embarga un sentimiento de incertidumbre al pensar cómo se va a
comportar mi cuerpo y mi mente tras su marcha definitiva. Ella viene siempre vestida de rojo, en toda su
gama de tonalidades y sé con seguridad que, a pesar de que su visita sea un
incordio, el día en que no me visite más mi prima Menstruación –ella prefiere
que la llamen Regla–, la echaré de menos…
Simpática semblanza de esa prima que tenemos en común todas las mujeres. (En confianza, te comento que al principio efectivamente se echa de menos pero, créeme, hay vida también después de ella)
ResponderEliminar