Raquel era
una jovencita de trece años que vivía en un pequeño pueblo donde todos los
habitantes se conocían. Ella, como todas
las niñas de su edad, tenía inquietudes y sueños. En el colegio había un niño que le gustaba
mucho pero por nada del mundo se lo decía, ni a él ni a nadie; esa era su
secreto.
Un día, las
compañeras de clase planificaron
escribirse cartas románticas con los chicos que les gustaban. Lo harían de forma anónima, sin
remitente. Se lo comentaron a Raquel y
ella negó que le gustara algún chico.
-No, a mi no
me gusta ningún chico, ¿a quién voy a escribirle?
Sin embargo,
Raquel puso atención a lo que hablaban sus amigas; el buzón donde pondrían las
cartas era un agujero que había en una de las paredes de piedra por donde
pasaban todos los días. Aunque las
cartas eran anónimas, llevaban el nombre del destinatario; los chicos pasarían
por allí, verían su nombre, leerían la carta que les correspondía y nunca
sabrían quién la había escrito.
-Si yo me
atreviera, le escribiría a Andrés y le diría lo mucho que me gusta, pero… ¿y si
me descubre? ¡qué vergüenza!- cavilaba Raquel
Finalmente
decidió que aquel era su secreto y lo seguiría siendo. Nadie lo iba a descubrir.
Al pasar los
años, Raquel recuerda todo aquello con ternura y se ríe de sí misma, de la
inocencia de aquellos tiempos y del cándido secreto que a ella le había
parecido inconfesable.
¡Qué bonita historia! Me invadió la ternura al terminar de leerlo pero, no pude dejar de preguntarme ¿qué hubiera sucedido si Raquel se hubiera animado a hacerlo? Cuéntamelo. Espero ese nuevo relato.
ResponderEliminar