Paula encendió una vela con sigilo,
miró a un lado y a otro para asegurarse de que estaba todo cerrado…,no quería
sorpresas.
Su madre era una cotilla, de todo
quería enterarse y siempre la estaba presionando para que buscara un novio
–Qué más quisiera ella- cómo si
fuera tan fácil…
Ella no era agraciada ni física ni
de carácter amable, y la presión de su madre la sacaba de quicio.
Al final había sucumbido al deseo de
abrir aquella carta. La encontró en la oficina al lado de su fotocopiadora…,”raro”
le pareció un sobre azul con un sello de correos muy original y ya casi en
desuso.
No había podido resistir la
tentación de guardarlo con disimulo en su bolso, era tan bonito no había visto
nada igual. El sello tenía impresos una flor y un colibrí diminuto…todo
invitaba a soñar…
Con el corazón latiendo
aceleradamente y un sudor cálido en todo el cuerpo como si de una adolescente
se tratara, ella que ya peinaba canas…¡Pero qué locura es esta! Exclamó Paula,
dándose cuenta de lo que iba a hacer; ella era una persona de principios, qué
dirían sus compañeros de oficina, si se enteraban se moriría de vergüenza. El
lunes según llegara la dejaría en el lugar donde la encontró. Nadie sabría nada
de esto.
El lunes llegó temprano y con
disimulo la colocó en el mismo lugar, y se sentó a hacer su trabajo como siempre
desde hacía ya tantos años, sin percatarse de que una mano se deslizaba a su
espalda llevándose el sobre: era su compañero más antiguo que no hacía mucho
regresó de unas vacaciones en no sé qué isla caribeña.
Mirando Ángel con tristeza a Paula
pensaba, ¡siempre seré para ella invisible!
Ella era el amor de su vida, pero
habían tantas diferencias…siempre sería invisible.
Moraleja:
Cuando cierras una puerta a la vida
no hay llave que abra tu corazón.
Agridulce historia, bien contada porque deja en quien la lee un sentimiento de frustración. Casi sucumbe uno al deseo de escribirle una carta a la protagonista para que ese amor invisible se materialice.
ResponderEliminarGracias Isabel.
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