Perdona mi
atrevimiento, pero tengo que confesarte algo:
¡Tu sonrisa
es maravillosa!. A pesar de mis doce
años, se apreciarla muy bien. Cuando
abro la puerta en las mañanas para ir al colegio, algo me dice que te
encontraré allí en la acera de enfrente, esperando para sonreírme. Tú con tus libros en la mano, yo con los
míos. Tú al colegio de curas, yo al de
monjas.
Quizá, en
todo el día no nos volvamos a ver, pero tengo la certeza de que al día
siguiente yo abriré la puerta esperanzada y tú estarás allí con tu hermosa
sonrisa.
A mi edad.
¡qué más puedo pedirle a la vida!
Simplemente
debo confesarte que… ¡me haces muy feliz!
Bellos tiempos aquellos de los amores inocentes y platónicos, alimentados de la ilusión y la inocencia. ¡Bonita confesión, dulce relato!
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