Desde
pequeña he estado ciega.
Siempre me ha gustado compartir lo que tengo con
los demás aunque me quede sin nada; no me ha importado, pero ahora, que soy
mayor, he vivido tantas cosas que he llegado a la conclusión de cuán ciega he
estado en el transcurso de mi vida.
Ciega en el amor por el esposo, después los hijos y ahora los
nietos. Aunque sea ya demasiado tarde,
el tiempo te abre los ojos para que te des cuenta de lo ciega que has estado
toda la vida.
El amor es ciego, pero bendita ceguera aquella que nos permite el regalo de dar sin recibir nada a cambio.
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