-¡Qué día
tan hermoso amaneció hoy! –pensó Lucía.
Saló al
balcón y el sol iluminó su rostro calentándolo con sus primeros rayos, mientras
el aire fresco de la mañana traía el aroma del mar. Estaba cerca y casi podía percibir como
rompía contra las rocas formando una espuma blanca.
En la calle,
los coches pasaban incesantemente y la gente, presurosa, se dirigía a sus
tareas diarias. Niños que, conversando,
caminaban alegremente rumbo a la escuela, señoras con las cesta de la compra…
Fue
entonces, cuando Lucía vio bajo su balcón una pareja que la enterneció, porque
aún sin llegar a escuchar lo que se decían, pudo adivinar sus palabras, sólo
con ver en sus rostros, el amor con el que se miraban. Aspiró profundamente y se dirigió al salón.
Allí abrió
las ventanas de par en par para dejar completamente iluminada la estancia. En un rincón, había un viejo tocadiscos con dos
altavoces, colocados en el suelo. La noche anterior, Lucía había colocado en él
su disco favorito, así que lo encendió y se aseguró de tener bajo el volumen,
no fuera que los vecinos fueran a protestar.
La música rítmica
y alegre que Lucía conocía tan bien comenzó a inundar todo su cuerpo, subió con
fuerza a través de sus pies descalzos sobre el suelo de madera de la estancia,
para hacer vibrar cada fibra de su ser.
Ella, que siempre había sido muy buena bailarina, se dejó llevar por los
impulsos y comenzó a bailar y a cantar aquella melodía que se sabía de
memoria. Hacía tiempo que la conocía y
siempre la transportaba a un mundo de ilusiones y fantasías que llenaba su
corazón de alegría.
De pronto,
una luz roja comenzó a parpadear para devolverla a la realidad. Era esa lámpara que, colocada
estratégicamente sobre la puerta de la cocina, le recordaba aquel suceso que
cambió su vida para siempre. Era la luz
que le decía que llamaban a la puerta.
Sí, porque
Lucía había perdido la audición por completo hacía ya siete años, a causa de
una enfermedad, pero la música y el baile los guardaba en la mente y en el
corazón y eso, la sordera no pudo arrebatárselo.
Narración bien llevada. Incluso el nombre de la protagonista nos invita a pensar que el sentido del que se carece es otro, con lo cual se mantiene al lector hábilmente engañado hasta casi el final del relato.
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