Desde que tuve conciencia,
supe, intuí que “algo” pasaba en mi cuerpo y en mi mente, que rechazaba a la
vez que me atraía.
Hasta mi
adolescencia no comprobé qué es lo que pasaba, pero seguí negándome a lo
evidente. Mi círculo de amistades cada vez más reducido, porque yo así lo
quería, se fue quedando con cuatro amigos: Antonio, Gerardo, Carlos y Anselmo.
Inconscientemente, las féminas del grupo fueron saliendo de mi vida, por el
continuo desamor. Con ellos tenía muchas
cosas en común: el fútbol, la cerveza, el ajedrez, pero sobre todo, nuestra
mayor afición, las motos.
Odiaba mi nombre,
Silvia. Con un simple cambio de vocal la “a” por la “o”, qué feliz hubiera
sido.
Anoche, a mi regreso
después de un paseo en moto por el norte de la isla, paré en un guachinche,
ansiosa de un poco de calor y una copa de vino, para seguir mi rumbo. Detrás de
la barra, una mujer de pelo pelirrojo, con una amplia sonrisa y unos ademanes
suaves y a la vez contundentes, llamó mi atención. Sólo el hecho de dirigirme a
ella y fijar mis ojos en los suyos me producía rubor. No hizo falta, ella se
dirigió a mí, en vista que quedé petrificada y como si me conociera de toda la
vida:
-¿Cariño que va a
ser?.
Me pareció que aquellos
tremendos ojos me miraron con un interés especial.
Balbuceé -vino….una copa…tinto-.
Me cogió las manos,
en un intento de tranquilizarme y un escalofrío placentero recorrió todo mi
ser, eran suaves, seguras y calurosas.
El reencuentro con
mi niña interior, me hizo saber que mi nombre era muy bonito, y que mis
contradicciones por lo que parecía y no era, o por lo que si era y no parecía,
llegaba a su fin y se abría un nuevo camino con una pasajera en mi moto.
El difícil reto que te había planteado Roberto con este relato, lo has solventado magníficamente. Me gusta, por lo que cuentas y por cómo lo cuentas.
ResponderEliminarQue habilidad para plasmar emociones, felicidades Lali.
ResponderEliminarQué bien lo has contado, parece que estuviéramos viendo a las protagonistas . Felicitaciones. Alicia.
ResponderEliminar