En
mi barrio, en mi trabajo, entre mis vecinos, en mi propia familia, nadie sabe
quién soy realmente, porque si lo supieran, si un día se desvelara mi secreto,
quizá no me aceptarían como hasta ahora lo han hecho. Nadie sabe que soy un hombre inmensamente
rico y que mi fortuna proviene de la herencia de mi madre. Tampoco conocen los títulos nobiliarios que
poseo; para todos soy un informático sin demasiado éxito que trabaja y se
desvive por sacar adelante a su familia y que a duras penas paga su
hipoteca. Ni mi mujer sabe mi verdadero
origen. Pero, cuando estoy a solas,
cuando todos duermen, me siento seguro y me permito recordar los sucesos
agridulces de mi niñez.
Mi
padre era un hombre muy apuesto y a la vez frío como un témpano de hielo y mi
madre, la pobre niña rica que se dejó embaucar.
No tuve la infancia que todo niño merece, me sentía siempre triste,
abandonado entre tantos lujos, sin amigos, siempre deseando el cariño de mi
madre que se prodigaba demasiado, aunque yo sé que a su manera, ella también me
quería. Recuerdo que antes de irse a sus
incontables recepciones, siempre pasaba por mi habitación y yo me quedaba con
el aroma de su cabello, la suavidad de su mejilla, el contacto de un beso
furtivo; así era ella. Con esa dulce sensación, me cobijaba, la ternura de esos
momentos inundaba mi corazón y me sentía saciado de ese amor que tanto
necesitaba.
Pero,
todo eso me fue arrebatado de manera más vil.
Por los periódicos me enteré de que mi madre había quedado en coma por
la administración de una sobredosis de insulina que mi padre, de manera
accidental, le inyectó. Nunca dudé de su
culpabilidad; no ocultaba su ambición, su soterrada crueldad, siempre había
maquinado cómo despojarla de su fortuna.
De esta manera tan brutal se destruyó mi futuro, mi fe en el ser
humano. Sufrí mucho viendo a mi madre
inconsciente, postrada en una cama de hospital por tantos años, y a mi padre
tratando de demostrar su inocencia.
No
quiero que nadie me asocie a este drama.
Necesito olvidar este horror, pero hay algo que sí me gustaría que
permaneciera en mi memoria y es la figura grácil de mi madre, siempre apurada,
como flotando. No me queda duda de que,
a pesar de su frivolidad, a mí siempre me miró a través de los ojos del amor.
La vileza no corresponde al que cuenta la historia en primera persona, sin embargo está absolutamente presente en la figura de un padre cruel, sin escrúpulos, dispuesto a todo por conseguir sus propósitos. Tan bien dibujado está que mientras leías nos parecía real, creíble…, luego quedó confirmado con tus palabras: el relato está basado en hechos reales. Muy bien, Alicia.
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