Ocurrió
ayer, sobre las ocho y media. Yo estaba
feliz, alegre. Venía el obispo desde
Tenerife para confirmarnos, a mí y a unas cuantas niñas más. Claro, ¡qué ilusión tan grande!
Estábamos
en la escuela, preparando el banquete que nos íbamos a dar, cuando se oyó el
ruido de un coche en el camino. ¿Un
coche? Aquello no podía perdérmelo. Fui
directa a la ventana y la levanté. El
sistema de apertura era muy antiguo, tenía que ser trabada por los lados con un
clavo. Lo cierto es que mis bracitos de
niña pequeña no aguantaron el peso y la ventana cayó sobre mi cabeza,
cerrándome la boca de golpe, por lo que.. un trozo de mi lengua cayó en el
camino. Tuve la lengua hinchada y no
pude comer nada de aquel banquete. No
quise decirle nada a mi madre para que no me pegara o regañara por estar
pendiente de lo que no debía. Me dolía
mucho, quería hablar y no podía, me pasé llorando toda la ceremonia y la
celebración.
La memoria se convierte, en tu caso, en un pozo mágico del que sacar historias diversas, y eso me encanta. Disfruto mucho escuchándolas y transportándome a través de tu voz, por esos paisajes del ayer tan ricos y fecundos en materia prima narrativa.
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