Un día,
cuando tenía cinco años, Dani estaba jugando cerca de la casa con su hermano
Gus, de seis.
-¿Qué es esa
cosa chistosa que tienes en la oreja? –le gritó un niño que pasaba por allí.
Dani no
respondió, ni siquiera se había dado cuenta de que el niño se burlaba de él,
pero Gus si lo había advertido.
-¡Te estoy
hablando! –continuó el provocador.
Gus apretó
los puños y sintió que el corazón se le desbocaba.
-¡Déjalo en
paz! –y entonces Gus y el bravucón se liaron a golpes rodando por el suelo.
Con el
tiempo, nadie más se burlaba ya de su problema.
Dani se había convertido en líder de la comunidad universitaria. En una entrevista transmitida por televisión
en su lenguaje por señas, alentaba para que no se descorazonaran por ser
sordos.
-Si
necesitan ayuda, ¡ayúdense ustedes mismos!- dijo.
Un día, casi
al final de la temporada, Charlie –aquel que le había dado un manual y había
pasado largas horas enseñándole lo que los entrenadores querían que hiciera-
con lágrimas en los ojos, anunció en pleno entrenamiento que Dani había sido
nombrado para formar parte de la selección de fútbol universitario, además de
que había sido merecedor del premio Jugador Defensivo del Año, otorgado por
primera vez a un sordo.
Dani,
desconcertado, paseo la mirada por todo el campo. Vio a todos en pie; le dedicaban una
silenciosa ovación , en su propio lenguaje.
Alzadas las manos abiertas, movían los bracos de un lado a otro. Luego, dando una vuelta para que todos lo
vieran, expresó por señas:
-Les quiero.
Bonita historia, dulce y esperanzadora.
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