El día amaneció gris y
lluvioso, como todos los del mes de noviembre. El ambiente que se respiraba en
las calles de la ciudad era tenso, a la vez que de expectación. Me dirigí, como
siempre lo hacía, hacia el metro para tomar el tren que me llevaría a mi
trabajo, allí, la gente nerviosa,
comentaba cosas que resultaban casi imposibles de creer, escéptico, escuchaba
atentamente cada comentario.
Ya de noche,
regresando a mi casa, un gran revuelo me sorprendió a medio camino. La gente
gritaba consignas de libertad y bailaba alegre por las calles de la
ciudad. Presuroso, me uní a una
muchedumbre que se dirigía al lugar donde se estaban produciendo los
acontecimientos, en aquel emblemático
lugar, pude ver con mis propios ojos que lo que todo el día se había estado
murmurando resultaba cierto.
Fue entonces cuando en
la lejanía, y aún a pesar de la penumbra que reinaba, vislumbre unas figuras
que me resultaron familiares; esperaban, -junto a muchas otras-, reencontrarse
con sus seres queridos después de 28 años de ausencia.
Esta noche logré,
después de tantos años separados, besar
y estrechar nuevamente entre mis brazos a mi madre, a mi padre y a mis
hermanos. Nos fundimos en un abrazo eterno; lloramos, pero esta vez de alegría.
Físicamente ya no éramos los mismos de antaño, sin embargo, en nuestro interior
nada había cambiado. Aquella separación forzada de la que fuimos víctimas, no
pudo con nuestro amor fraternal.
Hoy comenzamos una
nueva vida juntos en una Berlín unida, lejos de la represión, la infamia y el
dolor.
Finalmente ayer 9 de
noviembre de 1989, el mundo ha conseguido derrumbar mucho más que una pared.
Excelente trabajo que borda perfectamente la tarea impuesta. Muy buen relato.
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